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Unos veintitantos años atrás dormía con mi mamá. Si si, es hora, debía decirlo alguna vez. Creo que hasta antes de casarme dormía con mi madre en el lugar que dejó libre mi viejo :-\. Era el más niño y la camita en invierno era un lujo. Todo despatarrado y pegando patadas durante el sueño mi mamá pacientemente me acogía en su cama para que no temiera de la oscuridad y esas cosas de niños. (Me malcriaba, bah!). Igualmente no era la cuestión charlar de mi complejo de Edipo, ejem!.

Lo que quería contarles era el ritual de mi madre antes de dormir y como este llegó a afectarme.

Se vestía de camisón, se acomodaba en la cama y sacaba un libro que cambiaba cada semana (aproximadamente)… y leía. Leía varias horas a veces y yo, por supuesto, al lado paveando hasta dormir. Si preguntaba algo me respondía roboticamente y agregaba un… «espera un poquito que estoy leyendo». Así, de a poco, comenzaba a hacer silencio y acercarme a ella para ver que leía. Por ese entonces aprendí a leer y comencé a seguir sus líneas. Mi mamá decía que para «leer mejor», debía leer toooodo lo que pudiera, todo lo que llegara a mi vista y así sucedió. De día leía carteles, grafitis de paredes, señales de tránsito, etc. Y de noche comencé a leer lo mismo que mi mamá, apoyado en su brazo.

Esta época de mi vida fue de las mejores y las que más recuerdo con mi mamá. Mi papá había fallecido hacía poco y nos hacíamos compañía juntos y con un libro. De sentirse el «Espera un poquito» empecé a replicar yo: «Todavía no des vuelta, ahí termino la hoja»… y en un punto con mis tiernos añitos ya leía a su par.

Quise rescatar esta anécdota porque es uno de los recuerdos más antiguos que tengo de mi pasión por la lectura. Ya en mi cama los libros comenzaron a sucederse uno tras otro, noche tras noche. En un momento ya había leído toda la biblioteca de casa (Exceptuando todo lo que estaba en  francés y algunas Larousse) y poco a poco fui haciendo crecer mi universo sumando una membresía a la biblioteca del barrio.

Antes… (del celular) uno llevaba textos en papel y leía siempre. Mientras esperaba en el consultorio del dentista, doctor, en el colectivo viajando, en el tren (si si, en el tren señoras y señores). Leía antes de dormir, leía mientras tomaba un café en el bar, leía siempre que podía. Uno leía, por leer.

Algunos las Selecciones del Reader Digest, o Patoruzú, Lúpin… y otros más guasos condorito :-|. Todo el tiempo la gente tenía la lectura a la mano y en un momento… surgió el celular.

Hoy no es raro ver en cualquier lugar gente con dispositivos móviles hablando o publicando en redes sociales y servicios de mensajería. Hay muchos asiduos a sitios de memes y bromas y en cierta manera se ha perdido la costumbre de leer.

O se ha modificado quizás. 

Internet y los dispositivos móviles también acercan lecturas de forma más fácil a los que todavía leen libros. El formato PDF nos da textos lejanos a centímetros. El móvil nos permite tener miles de libros en un solo dispositivo, las pantallas gigantes (4.7», 5») nos permiten leer cómodamente como si de un escrito real se tratara. Existen pantallas que no reflejan el sol y nos ayudan a ver con más detalle. Internet nos provee libros en inglés, francés o alemán. Cursos para aprender casi cualquier cosa existen en la red y ahora alcanzamos conocimientos más rápidamente y a nuestro ritmo en cualquier lugar.

Los tiempos han cambiado y la lectura también. Los escritores hoy publican con un «Enter» sus ideas en cuestión de segundos. Saltean al editor y publican textos de los más diversos en un «blog» o sueltan poemas en facebook y cartas de amor a través de mensajes privados. Los lectores viajamos con música de fondo o entendemos a Borges a través de hipervínculos a «Wikipedia«. La lectura no se ha perdido, se ha transformado.

Nada muere, todo se transforma y con los libros ha sucedido eso.

“Creo que la frase lectura obligatoria es un contrasentido, la lectura no debe ser obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es obligatorio, el placer es algo buscado. ¿Felicidad obligatoria? La felicidad también la buscamos.» (Jorge Luis Borges)

Por Jeremías Palazzesi

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